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C.M.H.LB. Caravelle n° 76-77, p. 105-1 17, Toulouse, 2001
El águila real, símbolo del pueblo mexica
PAR
El veloz vuelo del águila —que puntas hace al Cielo
y del Sol bebe los rayos,
pretendiendo entre sus luces colocar su nido—.
(Sor Juana Inés de la Cruz, Primero sueño)
Los animales han sido esencialmente significativos para el hombre a lo largo de su historia. En los pueblos antiguos el vínculo con el animal fue muy estrecho: proporcionaron alimento, materiales para el vestido, adornos, amuletos, armas e instrumentos, y fueron además los símbolos por excelencia de lo sagrado: epifanías de los dioses, acompañantes o mensajeros de ellos, demiurgos, imágenes de los niveles cósmicos y de las fuerzas naturales. Por todo ello, la relación hombre-animal fue una de las más fuertes en el mundo de la naturaleza.
Los animales, especialmente las serpientes, los lagartos, los osos, los grandes felinos, los venados, los toros y las aves, es decir, aquellos que el hombre considera más poderosos, admirables y terribles, y, por tanto, más cargados de sacralidad, fueron los seres de los que quiso adquirir mágicamente cualidades, imitando su comportamiento, portando sus pieles, usando sus cabezas como tocado, pintándolos con sorprendente fidelidad en lo más profundo de las cavernas sagradas.
Bien decían los griegos que Epimeteo repartió todos los dones entre los animales, dejando al final al hombre, desnudo y desprovisto de todo, por lo que Prometeo tuvo que darles el fuego y la capacidad creativa. Haciendo a un lado aquí la profunda conciencia de la naturaleza humana que este mito expresa, él nos habla también de la admiración y el respeto